Tanto hemos oído sobre el queso de cabra de Tafí del Valle, el chivito santiagueño y el cordero patagónico que quizás cueste recordar (o “descubrir”) que antes de la llegada de los europeos en este suelo no había cabras ni ovejas (vacas, tampoco).
Nuestros proveedores de lana eran camélidos: guanacos, vicuñas, llamas y alpacas. Las llamas, que son guanacos domesticados (lo propio pasa con las vicuñas: domesticadas son las alpacas), eran claves en la vida de los pueblos originarios: proveían carne y fibras para tejer, y eran “el” medio de transporte: en tiempos de los incas cruzaban el Tahuantinsuyo desde Mendoza hasta Ecuador. Pero llegaron los españoles, y con ellos, otra cultura: desde la pólvora (clave en la conquista) hasta los hábitos alimentarios, lo que implicó la introducción de animales foráneos. “Fue un gran proceso de colonización cultural -describe Silvana Apichela, directora del Centro Experimental de Estudios en Camélidos Sudamericanos, de la Facultad de Agronomía de la UNT, donde es docente en Zootecnia y Veterinaria-. Los animales originarios, como el resto de la cultura local, fueron marginados”. Ellos, naturalmente, estaban adaptados al paisaje, y por consiguiente eran amigables para él (lo que no ocurre con los importados, veremos). Y el equipo intenta establecer las mejores maneras de lograr la reproducción de las llamas, como modo de reintroducir la cría del ganado ancestral en paisajes ecológicamente frágiles o degradados.
El equipo está integrado también por Martín Argañaraz, bioquímico, y Renato Zampini, biotecnólogo, y los tres son investigadores del Instituto Superior de Investigaciones Biológicas (Insbio), dependiente de la Facultad de Bioquímica de la UNT y del Conicet. “Desde 2003, que empezamos a trabajar con el INTA Abra Pampa, de Jujuy, estamos investigando moléculas vinculadas a la reproducción de las llamas, después de que los protocolos de inseminación artificial y transferencia de embriones, que se copiaban de otras especies no funcionaron”, cuenta Silvana.
En la Facultad tienen cuatro reproductoras y seis machos, que no pueden ser abandonados por pandemia, así que con todos los recaudos del caso, en Tucumán investigan especialmente los machos. Es que en casa ellas aún son pocas. “La idea era comprar más, pero estos tiempos complicaron las cosas; las que tenemos las usamos como reproductoras para poder agrandar el rodeo”, aclara Silvana
“Mientras, el trabajo con las hembras lo hacemos con la Universidad de San Marcos, de Perú, que tienen muchos animales en un centro experimental en Cusco”, cuenta Martín, que es el encargado de esta área.
Fracasos que enseñan
Lo ancestral suele tener sus secretos para las culturas dominantes. Los animales no europeos, como los camélidos, por cierto los tienen y son todo un desafío: los protocolos que no funcionan tienen que ver tanto con las hembras como con los machos. Entonces, cuando los protocolos no funcionaron, lo hicieron las preguntas. Y fueron hallando respuestas.
“En las llamas ocurre algo muy curioso: el embrión sólo sobrevive si se implanta del lado izquierdo del útero, ya que el derecho carece de los factores necesarios para una preñez exitosa -cuenta Martín, que estudia las moléculas que pueden ayudar a que el embrión se implante. “Esas moléculas podrían convertirse en marcadores tempranos de preñez, y quizás sean comunes a esos procesos en todas las especies, por lo que los camélidos son un modelo biológico muy interesante para estudiar los procesos tempranos de implantación del embrión. Esas moléculas ayudarían a identificar las mejores hembras para hacer transferencia de embriones, y mejorar así la genética del rebaño”, agrega.
Del lado de los machos se complicaba la clásica inseminación artificial, que -explica Renato- es una técnica muy importante en ganadería, porque, junto con el congelamiento del semen, permite sacar provecho a animales de alto valor genético y transportar las muestras a grandes distancias. Pero en los camélidos esto no se puede hacer. Sucede que el semen tiene características distintas del de otras especies, que lo hacen difícil de manipular: “es viscoso como clara de huevo; entonces no podés hacer buenas diluciones ni buenas mediciones, y también es muy difícil de congelar... Sobreviven muy pocos espermatozoides si se los congela”, explica Silvana.
Las ventajas de las llamas
Si es tan complicado, ¿por qué intentarlo?
“Los camélidos, y las llamas en particular, tienen mucho potencial productivo, y causan mucho menos daño al ambiente”, cuenta Silvana; se entusiasma y describe: “cabras y ovejas son muy agresivas para los pastizales de altura, por varios motivos. En primer lugar, son muy voraces y además no cortan los pastos, como los camélidos, sino que los arrancan. Y como esos pastos tienen mucha celulosa, no quedan saciadas, y entonces comen más”. “Los camélidos tiene labio leporino y dientes de crecimiento continuo, entonces cortan el pasto, pero las raíces quedan”, agrega Renato.
Otro de los problemas tiene que ver con las patitas y con su forma de desplazarse: mientras cabras y ovejas tienen pezuñas, y con cada pisada compactan el terreno (lo que impide a las raíces extenderse en busca de agua), los camélidos tiene almohadillas, blandas, que no se hunden. Pero además, cabras y ovejas refuerzan la compactación del suelo porque van en fila, una detrás de la otra. “Las llamas, en cambio, caminan a lo ancho, lo que además mejora la dispersión del bosteo, que ayuda a que crezca el pasto”, explica Silvana.
En busca del cambio
Estas características -además de la recuperación de la fauna autóctona y de la memoria histórica- empujan el proyecto. “Por ahora, si alguien tiene un macho con alto valor genético, la única solución es trasladarlo hacia la finca donde tiene que inseminar la hembra, lo que es caro y una gran limitante cuando se quiere mejorar la calidad de los productos, como la fibra -explica Silvana-. Por eso muchos esfuerzos científicos están puestos en lograr una inseminación artificial o una transferencia de embriones exitosas”.
“Estamos buscando -agrega Renato- romper la viscosidad del semen, de modo que se mezcle mejor con los diluyentes necesarios para la inseminación artificial; para eso estamos probando diferentes compuestos”. “Y por otra parte -agrega Silvana- estudiamos moléculas que ayuden al espermatozoide a vivir más tiempo durante la inseminación artificial. Es más lento, porque es clave conocer la funcionalidad de las moléculas para después agregarlas a los diluyentes”.
“Nuestro grupo es uno de los pocos de Sudamérica que hace estudios moleculares sobre camélidos; tenemos equipamiento que nos permite estudiar la expresión de genes y de proteínas en estos sistemas biológicos. Y en ambas líneas hemos logrado avances”, añade orgullosa y feliz.
Y siguen, con todos los cuidados necesarios, a pesar de los tiempos críticos: las hembras van a parir; hay mucho por analizar... “Aquí es clave el trabajo de la ingeniera Ana Díaz, que cuida las llamas en esta cuarentena”, cuenta Silvana. Siguen, convencidos de que la nueva normalidad argentina deberá incluir sus camélidos originarios, y también por eso la ciencia no para por pandemia.